En
Andaguaylas tuvimos noticias de una famosa y muy dañosa licenciada y de otro
buen
viejo en Uramarca, el cual me contó lo que hacen cuando alguno muere, cómo
lo
entierran con ropa nueva y le ofrecen comida y cada año renuevan la misma
ofrenda.
A
éstos sacrifican cuando empiezan a labrar la tierra para sembrar echando chicha
en
las chacras. Si el fuego chispea dicen que las almas de sus antepasados padecen
sed
y hambre y echan en el fuego maíz y chicha, papas y otras cosas de comidas para
que
coman y beban (Arriaga, [1621] 1968: 225-226).
El
lugar de los muertos
La Fiesta de los muertos
en el mundo Aymara se celebra lejos de la tristeza occidental y los trajes de disfraces de
Halloween, ya que en el mundo altiplánico el concepto de muerte es seguir
viviendo pero de manera distinta, es seguir considerando al difunto como parte
de la comunidad, es ver la muerte como la posibilidad de una nueva vida.
Cuando sienten que es el
fin de su vida y que pasarán a otro estado, retornan a su tierra y vuelven al
origen para no perder la relación con el lugar donde nacieron, ahí desean ser
enterrados. Se dice que su viaje es largo, que van pasando por cada uno de los
lugares donde vivieron y compartieron, recogiendo su pelo, sus uñas, sus
excrementos y despidiéndose de sus familiares. Luego, cada primero de
noviembre retornan, visitan a los vivos.
En esta visita existe un espíritu ceremonial, de reciprocidad y sabiduría
ancestral de parte de los vivos, es por
la llegada de las almas, el retorno de algún familiar que abandonó esta tierra
para irse a una tierra donde las almas trabajan día a día, sin descanso, sin
distinciones de buenos y malos, de cielo e infierno, se le llama el purgatorio
de los condenados, Puliyanu (Fernández, 2006).
Por medio del relato
oral, los campesinos cuentan que este lugar desconocido y misterioso se
ubica al norte del Perú, Puliyanu le llaman,
su significado es “un viento de poniente en la región del lago Titicaca”. Ahí
las almas trabajan año tras año, esperando salir de su cautiverio sólo
veinticuatro horas el primero de noviembre para visitar a los vivos, para
recibir y entregar. Ese día se realiza una ceremonia única, llena de
abundancia, donde las comunidades se unifican para visitar a las almas de casa
en casa, ofrendando comida en los apxatas (altares ceremoniales) preparada de
manera distinta, “especial”, comida preferida de los difuntos, con
significancia, con historia. Luego del segundo día de ceremonia los vivos
ofrendan su música, la cual también es particularmente preparada para este
momento por los Muqunis, estos tocan para los difuntos, para que sea un buen
año, para las buenas cosechas, tocan sin parar hasta el amanecer, tocan sólo
ese día y luego entierran sus instrumentos hasta el año próximo. Luego viene la
despedida con la danza, la fiesta, la Kacharpaya, así, los vivos despiden a las
almas, a sus difuntos, quienes regresan a sus labores, a su trabajo
interminable, al Puliyanu (Fernández, 2006).
Cuenta Carmelo Condori,
sabio que vio el Puliyanu a través de un sueño, que las almas lucen
deshilachadas, pálidas, sin sangre, son sólo espíritu, no tienen un rostro
definido, son parecidas a los humanos pero tienen un tamaño reducido. Realizan
un trabajo como los seres humanos pero es una actividad sin rendimiento alguno,
cuando están a punto de techar la torre, esta se cae y tienen que volver a
empezar…y así, por toda la eternidad… (Fernández, 2006)
Wiñay
pacha
A través del Wiñay Pacha,
que significa tiempo y espacio eterno, se recibe a las almas. Un espacio donde los espíritus
nuevos y ancestrales se conectan con el mundo de los vivos y les transmiten
energía, experiencia, sabiduría, historia. Los vivos responden, aprenden y
crecen cada año.
La ceremonia del Wiñay
Pacha tiene su inicio a fines del mes de octubre, al mismo tiempo del comienzo
de las labores de siembra. Los difuntos, por lo tanto, tienen relación con la
tierra, la cosecha, se relacionan con la productividad, son protectores y es
por esto que se les debe reciprocidad. Desde lo ritual se les ofrecen los
alimentos, la hoja de coca, la bebida, el trago, se les rinde homenaje a través
de los altares ceremoniales, se les espera y ofrenda, se les trata, como
“difuntos” (Kauffmann, 2010).
La familia que posee un
nuevo difunto es la que precede la ceremonia, se les llama machaqani, quienes
en el período de tres años deben agasajar “especialmente” a sus difuntos, ellos
deben tener abundancia por sobre todo en sus altares para posteriormente
recibir la reciprocidad de las almas. Parientes, amigos, compadres se reúnen y
comparten junto a los machaqanis (Fernández, 1998).
La comunidad los espera.
Todo comienza la última semana de octubre, las comparsas de muqunis ensayan la
música que será ofrendada a las almas, esta música sólo se interpreta el Día de
Todos los Santos, los instrumentos tienen una imperfección que produce un
especial sonido, el cual gusta a las almas, la comparsa se compone por
instrumentos de viento y uno o dos
percusionistas. Los instrumentos que se utilizan son más pequeños de lo normal,
debido al tamaño de las almas.
Mientras se preparan las
comparsas, en las comunidades se hornea el pan, elemento muy importante dentro
de los apxatas. Las familias se juntan a challar el horno que ocuparán para el
ritual, ya que el pan no se consume habitualmente, es un lujo. Mascan hoja de
coca, comparten trago, cigarrillo y cada persona agradece y pide frente al
horno para que el resultado del pan sea bueno y de calidad para las almas. Esto
no necesariamente significa que sea un pan del gusto de los humanos, ya que se
adecúa al contexto de la festividad, como el Triguillo por ejemplo, pan que
esta cocido y dorado por fuera pero habitualmente está duro por dentro. Lo más
significativo de estos panes son las figuras de los t´anta wawas y los t´anta
achachis, que representan una ambigüedad ente las almas nuevas y las
ancestrales ya que son figuras de guaguas pero con rostros arrugados. Esto
tiene que ver con la dualidad del rito, con el fin de la existencia. También
vemos otras figuras como las escaleras, elemento indispensable para que
desciendan las almas hacia los altares y el mundo de los vivos. Encontramos
también las figuras de baile, los achachis morenos, que traen la disciplina y
la jerarquía, representan al hombre “urbano”. Por otro lado y siguiendo con la
dualidad están los kusillos que en general acompañan a comparsas como
figurines, burlándose y festejando, en la ceremonia representan la alegría, la
fiesta. Este pequeño ritual de hornear y crear el pan, se realiza entre el 29 y
el 31 de octubre (Fernández, 1998).
El apxata o “altar” es lo más representativo de la ceremonia. Se dice que es la tumba o la
casa del muerto. Estos altares sagrados están creados para que las almas se
encuentren, se reúnan, alimenten y escuchen a los suyos, a los vivos, en la
mesa de la abundancia. Este lugar sagrado contiene a las almas, es un lugar
límite para que los difuntos hagan el puente y logren comunicarse con los vivos
(Fernández, 1998).
Las apxatas deben estar preparadas
el día primero de noviembre. Se dispone en la habitación más grande de la casa
o en la habitación del difunto dependiendo del espacio. Sobre la mesa se pone
un manto negro, se amarran cañas dulces de tres en tres o de cuatro en cuatro
como soporte a la mesa, (estas parecen cañas de azúcar por su sabor dulce pero
no lo son) y en círculo se disponen los alimentos, papas cocidas, chuñu (papa
deshidratada) mazorcas de maíz, en el centro hoja de coca, cigarros y botellas
de agua ardiente, abajo se amarran cebollas. Se dice que las cañas dulces son
el bastón de las almas y las cebollas su cantimplora para hacer el largo viaje
hacia el mundo de los vivos.
Luego están los panes con
sus distintas figuras y formas, ubicándose alrededor de la mesa de pie como si
estuvieran resguardando el altar. Se introducen frutos, guirnaldas y dulces.
Finalmente se pone una foto del difunto coronando la mesa. Al mediodía del
primero de noviembre el altar debe tener las velas encendidas, los objetos
sagrados y el alimento listo para recibir a los difuntos.
La ubicación del altar en
el espacio está entre lo aéreo y lo subterráneo, delimitando la energía de las
almas. Esto está representado por las cañas dulces como tallos aéreos,
simbolizando el cielo y las cebollas amarradas a los pies de la mesa como lo
subterráneo.
La vela de cabecera es
encendida por una persona que no pertenece a la casa, este gesto marca el
comienzo de la ceremonia, desde ese
instante las almas son las únicas que tienen derecho a disfrutar de todo lo
ofrendado. Los familiares y compadres, solo contemplan el altar. La misma
persona que encendió la vela hace una oración por el difunto. Con esto se
bautiza los t’anta wawas y los t’anta achachis y se da por iniciada la
ceremonia, en ese momento se dice que llegan la almas al altar, luego de un
gran viaje.
Al amanecer del primero
de noviembre los compadres y familiares de los machaqanis, vistiendo ropas
negras, de luto, van aportando los alimentos y objetos para el altar, haciendo
un acto de cortesía para los difuntos. La música y la oración son las dos
únicas maneras de comunicarse con las almas. Nada de lo que hay en la mesa se
toca hasta el día de la kacharpaya, la despedida.
Los familiares entregan
alimentos a los visitantes a cambio de una oración o una plegaria para el
difunto, alimentos especialmente preparados para la ceremonia. La abundancia de
estos representa el cariño por parte de la comunidad. También se reparte
bebida, cerveza y trago elaborado con aguardiente de caña en grandes
cantidades. Con las luces del ocaso se escuchan los primeros sonidos de los
muqunis, quienes han esperado para
hablar con las almas a través de su música. También invierten la cotidianidad
del horario habitual de una visita, empiezan con su música en el ocaso ocupando
la noche para visitar a las almas. Su instrumento está creado para “esta
noche”, hecho a la medida de los difuntos.
Toda la noche los
familiares de las almas han recibido a las agrupaciones musicales, quienes
interpretan tres piezas frente a la apxata luego de haber pedido permiso a los
familiares, reciben alimento y bebida. La idea es emborrachar pronto a los
muqunis ya que se dice que son los hijos de las almas, los fieles servidores.
Tras las comparsas de muqunis se ve también a pequeñas cuadrillas de niños
resiris (orantes) que por decir una plegaria reciben a cambio pan y figuritas.
También hay otras comparsas donde se aprecian las tarkas como instrumento, van
ofrendando y renovando la música para las almas, son muchas las comparsas que
quieren ofrendar a las almas y la relación entre éstas es tensa, ya que cada
comparsa quiere imponerse sobre la otra. Al mediodía del dos de noviembre se
retiran los muqunis, van al cementerio a seguir tocando o a descansar para la
Kacharpaya. No es extraño encontrar en esta ceremonia a niños pequeños
durmiendo por los caminos por causa de una noche de vigilia. Los familiares han
compartido su mesa y su trago con la comunidad, por lo cual están cansados y
considerablemente ebrios. La ebriedad del Todos los Santos marca también la
inversión de lo cotidiano debido a que la persona no tiene un dominio total de
sí mismo, está en otro estado para comunicarse con las almas, se produce una
inversión respecto a la “realidad humana” (Fernández, 1998).
La fiesta continúa hasta
el día tres de noviembre, día de despedida de los difuntos y de Kacharpaya. Al
mediodía comienza el silencio en el altiplano, luego de pedirle permiso a las
almas, se van desmontando las apxatas. Se dice que las almas se van cargadas de
todas las oraciones, plegarias y ofrendas que les entrega la comunidad, se van
con sus llamas y sus caballos cargadas de este ritual único en el año.
En el momento en que la
misma persona que encendió la vela ahora la apaga, los alimentos del altar se
reparten entre los familiares más queridos, los cuales dedican muchas oraciones
al difunto. De esta forma se van las ropas negras de luto y llegan los colores
y la fiesta. Con la Kacharpaya los objetos de las apxatas vuelven a ser
profanos y se les da un valor más banal, cotidiano y lúdico. Tras la despedida
son los vivos los que se comen a sus propios difuntos haciendo desaparecer todo
signo de las almas, de esta forma los muertos pueden regresar en paz a su
sitio. Nada puede sobrar, debe entregarse todo lo que fue ofrendado. Los
muqunis se guardan hasta el año próximo y llega el sonido de las tarkas. Toda
la comunidad bebe y festeja una noche más por las almas, los niños juegan con
los panes sagrados dándoles un carácter lúdico, las niñas utilizan los t’ ant a
wawas como si fueran sus hijos imitando lo que ven en sus propias madres. Hay
que despedir a los muertos con urgencia y sin tristeza, con la alegría y la
fiesta, para gozar de un buen año, de buenas cosechas, buenos augurios y paz
dentro de la comunidad.
El mundo andino nos invita
a volver al origen, a tener otra concepción de la manera de ver la vida y la
muerte. Por medio del Wiñay Pacha, ceremonia llena de símbolos y emociones, nos
muestran cómo se relaciona verdaderamente una comunidad, cómo hay un
entendimiento y un apoyo mutuo más allá de las palabras, un compartir las penas
y las alegrías. Nos enseñan a no juzgar a las almas por sus vidas terrenales,
tampoco a sentir culpa por ellos, sino más bien compartir, entregar, ser
recíprocos. Remover nuestro corazón haciendo un altar, entregando amor y
dedicación. Pero además, involucrándonos por completo en esta ceremonia,
danzando, festejando, llorando, riendo, creando una catarsis comunitaria.
La
fiesta de difuntos, nuestro Winay Pacha en Chile
Como seres humanos hemos
tenido desde siempre la necesidad de honrar o venerar a nuestros muertos, esto
lo hacemos en todo el mundo hace miles de años atrás y nuestro país no es la
excepción. Al igual que en otros países de Latinoamérica, la principal
ceremonia de culto a nuestro muertos es de origen indígena y las hicieron
coincidir con las celebraciones católicas del día de los Santos Difuntos,
que, desde una perspectiva occidental, ha tenido tradicionalmente un carácter
de luto, tristeza y calma, dejando así descansar en paz a sus muertos.
Muy diferente
es cómo los indígenas en general viven, sienten y conmemoran esta fecha, celebran
el no morir, el vivir otra vida en otro mundo, desde donde vienen a visitarnos
para este día. Es la posibilidad del reencuentro con el ser querido, conversar,
acompañarse (García, 2001).
Hasta el 2010, solo en el
norte grande indígena se celebraba el día de Todos los Santos, en el resto del
país prima un espíritu marcadamente católico: los muertos se lloran y se
visitan en el cementerio. En la zona de Atacama (Peine, Ayquina, Caspana), se prenden
velas en las noches del 1 de noviembre en la habitación donde vivía el difunto
ya que éste regresa, ofreciéndoles además comida para su regocijo. En el centro
de las casas hay mesas con fotos del difunto junto a flores, cruces de maderas,
comida, alcohol, masas dulces, a la usanza tradicional andina. Hay invitados,
quienes deben saludar al altar, para luego cantar, rezar, y compartir la comida
y el trago con el muerto. Posteriormente se dirigen al cementerio donde limpian
las tumbas de los difuntos, volviéndolas a adornar con flores.
Podemos decir que la
festividad es una mezcla de elementos cristianos y andinos, por lo que en
algunas partes la fiesta es más católica, colocando un fuerte énfasis en el
rezo y en la bendición de la cruz de madera, y en otros lugares la ofrenda, la
mesa, la challa constituyen los ejes de relación con el muerto.
En Santiago, el 2010, el
colectivo Quillahuaira decidió recuperar en la ciudad el Wiñay Pacha, para
confrontar la enorme penetración cultural que ha tenido en las últimas décadas
el fenómeno norteamericano de Halloween.
El objetivo era (y es) entonces., plantear otro modo de celebrar, vivir,
pensar la muerte, en el espacio citadino, desde el reconocimiento de nuestras
raíces. Esta idea se amasó en una serie de conversaciones entre danzantes de
Quillahuaira y Tinkus Legua para posicionar otras fiestas andinas en la región.
A modo de preparación se
organizó la fiesta a través de comisiones (cocina, pan, altar), para dar cuenta
de un trabajo comunitario compartido. Fueron tres integrantes de Quillahuaira
quienes conformaron la comisión “panes”,
trabajando dos días antes de la ceremonia. Una de ellas enseñó a las otras la
elaboración de la masa, luego de una conversación deciden qué figuras hacer.
Como primer elemento elaboraron panes, t´anta wawas, con forma de niños con
caras sonrientes, quienes representan el
ascenso hacia otro estadio, otro pacha. También escaleras para que las almas
descendieran por ellas en su llegada; trenzas, soles, flores, etc. El cocimiento
de los panes fue en un horno a leña, realizándose el rito de pedir permiso para hornear. Por otra parte se
cocinó para todos los invitados y se adornó con guirnaldas, wiphalas, fotos de
difuntos, La Capacha, lugar de ensayo del colectivo Quillahuaira, donde se
recibió a los invitados y se llevó a cabo la ceremonia. En el fondo del salón
principal de la casa se dispuso de una gran mesa donde se colocó el Altar,
colocando cada uno de los asistentes fotos de nuestros muertos cercanos, de
comuneros mapuches caídos, de detenidos desaparecidos, y alrededor de éstas
comida, alcohol, frutas, panes, dulces, frutos secos, vinos, etc., todo de lo
que más gustaban nuestros muertos.
Como grupo surgió la
necesidad de ofrendar la fiesta a una patrona, ya que el colectivo era
compuesto mayoritariamente por mujeres, creándose la figura de Lady Phasxi. Su
nombre se originó por la fusión de dos conceptos, el de Lady, dama en inglés y
título de unas de las canciones más emblemáticas de tinku, y phasxi, luna en
aymara.
La ceremonia se
desarrolló la noche del 31 de octubre partiendo con un gran pasacalle por los
barrios Brasil y Yungay que se inició desde la casa cultural La Capacha,
convocando a grupos de danza y música andina y a algunos figurines de la
Escuela Carnavalera Chinchín Tirapié. Los participantes comenzaron a llegar
como a las 19 hrs. El Colectivo de danzas Andinas Quillahuaira, como un modo de
dar inicio a un nuevo ciclo agrícola, danzó tarkeada, junto a los músicos de
Santiago Marka, ya que justo en esta fecha en las comunidades andinas se
desentierran las tarkas y comienza el periodo femenino y húmedo de la tierra,
la tierra está abierta para la siembra y se dan las primeras cosechas. El resto
de los grupos de danza andina se desplegaron en torno al tinku, danza
emblemática en la actualidad del movimiento andino. En esta primera experiencia
participó Manka Saya (con kantus), Lakitas San Juan, la agrupación Sambaigo,
banda de bronce que acompañó a los tinkus como Alwe Kusi, Tinkus Legua,
Kuyukusi, Yuriña, en conjunto con las calacas de Chinchintirapié.
Al finalizar el pasacalle
todos los participantes se reunieron en el centro de la Capacha para dar inicio
a la ceremonia. Se challó la mesa, el altar, Santiago Marka interpretó varios
temas tradicionales del mundo andino, luego todos se sirvieron la comida y el
trago ofrendado, a modo de compartir con los difuntos, hasta altas horas de la
mañana, finalizando con la quema de productos como la hoja de coca, siendo
posteriormente enterradas las cenizas en las afueras de La Capacha.
Al año siguiente Tinkus
Legua fueron los encargados de realizar el Wiñay Pacha, quienes, a modo de
preparación, ejecutaron un conversatorio sobre la temática de la muerte en Los
Andes, participando varias agrupaciones andinas.
El Wiñay Pacha fue
celebrado en la Plaza Salvador Allende, de La Legua nueva, colocándose en el
centro el Altar. El pasacalle partió con unas pinturas gigantes con el rostro
de caídos en democracia, siendo rodeado por personas que portaban antorchas,
danzando kusillos, tinkus. Se danzó por diversos sectores de la población,
pasando por distintas animitas donde se les rindió homenaje a los muertos,
finalizando en la plaza y dándose inicio a la ceremonia, comiendo y bebiendo
con los muertos alrededor de grandes fogatas, siendo finalmente quemada y
enterrada la mesa en el centro de la plaza.
Es así como se ha ido
recreando la visión andina de la muerte en Santiago, danzando, comiendo,
bebiendo por y con nuestros muertos.
*** Pia Barraza
Carolina Valenzuela
Bibliografía
Fernández, G. “Todos
Santos”: “Todas Almas”, en Revista Andina,
año 16, número 1, Cusco, 1998.
Fernández, G. “Apxatas de
difuntos en el altiplano Aymara de Bolivia”, en Revista Española de Antropología Americana, volumen 36, 2006.
García, A. Duelo Andino:
“Sabiduría y elaboración de la muerte en los rituales mortuorios”, en Chungará, volumen 33, número 2, Arica,
2001.
Kauffmann, F. “Ultratumba
entre los antiguos peruanos”, en Runa
Yachachiy, Revista Electrónica Virtual, Instituto de Arqueología Amazónica,
Perú, 2010.
Soto, P. Planteamiento respecto al sincretismo en
todos santos, Instituto Francés de Estudios Andinos.
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