La constelación de la Cruz del Sur, constituida por cuatro estrellas, ha sido representada iconográficamente como chakana, una cruz cuadrada escalonada, con doce puntas y ocho aristas, que incluye un círculo en su centro. Es uno de los símbolos más importantes de las culturas andinas, constituyendo la base de la cosmovisión de estos pueblos, un ícono emblemático presente en grabados de Chavín, en pinturas rupestres de Puno, en las estelas de piedra Tiawanako, en los tejidos Wari, en las cerámicas Nazca, y en los bordados inka (Timmer, 2003).
Juan de Santa Cruz Pachacuti Yanqui Salcamaygua, cronista aymara, en su libro “Crónica de Relación de Antigüedades de este Reino del Pirú”, en 1613, dibujó una figura que se encontraba en el Altar Mayor del Templo del Koricancha en Cusco, la chakana, lo que reafirma su valor en cuanto eje del mundo andino (Lozada, 2003; Rivera, 2005).
Diversos investigadores vinculan la simbolización de la chakana no solo con la Cruz del Sur sino también con las entidades astronómicas, como con Tata Inti (el Sol), y Wiracocha, divinidad ordenadora del cosmos, siendo un eje de unión entre lo alto y lo bajo, dando cuenta de un concepto tanto arquitectónico-geométrico que sirvió de parámetro para la construcción de templos y caminos, como cosmogónico, una visión del universo basado en el principio de dualidad complementaria, chacha-warmi, lo masculino y lo femenino, el cielo y la tierra, el Sol y la Luna, que dio origen a la demarcación territorial del arriba y el abajo (hanan y hurin en quechua, alax y manqha en aymara) tanto del mundo como de poblados, siendo energía y materia, tiempo y espacio. Por lo tanto la chakana es un indicativo para el mantenimiento del equilibrio, refleja una forma de descripción y adscripción al cosmos y su expresión en la Tierra, que da sentido al movimiento, un orden y una orientación al cielo.
El término chakana es producto de la combinación de dos palabras quechuas, chaka (puente, unión) y hanan (alto, arriba, grande) (Gutiérrez, Mantilla y Huaman, 2007), representando un “tawa chakana”, o sea una escalera de cuatro (lados), subdivisión cuatripartita, símbolo de la complementariedad, correspondencia, ayuda mutua e interrelación, base de la ordenación de la sociedad en cuatro suyus.
El Qhapaq Ñan, Camino del Inca, también conocida como la ruta de Wiracocha, eje central del sistema vial del Tawantinsuyu, es producto a su vez de la aplicación geométrica de la chakana, se encuentra alineada con el eje de la Tierra y con la Cruz del Sur tomando como centro, taypi, a la ciudad del Cusco, ombligo del mundo andino, del mismo modo que representa a las cuatro estaciones del año y los tiempos de siembra y cosecha. A su vez la wiphala aymara tiene su origen en esta generación de cuadrados donde las cuadrículas del centro, al ser de color blanco, indica la presencia de todas las naciones andinas y al estar dispuesta en posición diagonal, nos indica su función de puente, que une al aymara con el Cosmos (Rivera, 2005).
Algunos pueblos andinos celebran el día 3 de mayo como el día de la Chakana, porque en este día (el 2 de mayo a medianoche) se genera el cenit de la Cruz del Sur (cuando la tenemos exactamente en línea recta sobre nosotros) asumiendo la forma astronómica de una cruz perfecta, indicando el tiempo de cosecha, lo que explica la tradición que hasta hoy en día persiste de proteger los cultivos marcando el área cultivada con diversas chakanas.
Con la conquista se generó un cambio profundo en la estructuración social y cultural del mundo andino, imponiéndose el cristianismo a través de la espada y la cruz cristiana, asociada esta última con la chakana, lo que de cierta forma posibilitó la yuxtaposición de estos dos elementos en la creación de un sincretismo cultural expresado en el cristianismo andino. Sin embargo en un primer período de colonización, toda manifestación andina fue percibida como obra del diablo, por lo que la evangelización fue planteada como lucha contra el mal, a través de lo que se llamó la extirpación de idolatría, campaña que tuvo como principal objetivo identificar cultos paganos y su posterior erradicación, mediante el envío de curas doctrineros.
No solo se aniquilaron prácticas culturales bajo esta premisa sino también propició el etnocidio, la muerte de comunidades andinas por el solo hecho de adorar a las huacas, a los achachilas (cerros), los apus (cerros tutelares).
No obstante todo lo acontecido las comunidades siguieron practicando sus costumbres ancestrales en la clandestinidad, rindiendo culto a sus antiguas divinidades hoy reconvertidas en íconos cristianos (Choque, 2008).
Específicamente al norte de Potosí, Bolivia, en la localidad de Macha, zona altiplánica quechua, se realiza a principios de mayo, como culto a la chakana, el tinku, ceremonia en que las dos mitades de una comunidad indígena, la parte alta y la parte baja, se encuentra en un rito de lucha, en el cual a través de una serie de peleas entre grupos de personas que representan a la mitad de la comunidad correspondiente, se establece el grupo ganador, quienes velarán por el cuidado de los cultivos, de las fiestas patronales y de la armonía en la comunidad durante el año. El derramamiento de sangre es visto como una ofrenda a la Pachamama y la lucha entre comuneros una forma de restablecer el equilibrio mediante una intermediación simbólica y física, minimizando las tensiones internas existentes. El tinku se establece como un mecanismo de regulación del conflicto, siendo además un concepto que hace referencia al conflicto pero al mismo tiempo representa la unión, el equilibrio entre fuerzas opuestas, por lo que más que un rito, es un principio articulatorio del mundo andino.
*** Extracto del libro "Festividad y ritualidad andina en la Región Metropolitana. La fiesta de la Jacha Qhana y el Anata", de Francisca Fernández Droguett.
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